El corazón y el alma de
Tartu es sin duda la ciudad vieja, un entramado de calles peatonales que albergan la arquitectura mas interesante, y la mayor concentración de restaurantes y pubs. Es la zona donde la ciudad medieval se ubicó y creció, pero desafortunadamente las guerras e incendios, particularmente el Gran Fuego de 1775, arrasaron prácticamente todas las evidencias de aquel Tartu. La mayoría de lo que se puede ver hoy en día es su "reemplazo", un atractivo conjunto neoclásico del tardío XVIII y temprano XIX.
En Tallinn tomo el
tranvía nº2 hasta
Bussijaam (central de autobuses), cuatro paradas, 1,60€. El viaje a Tartu dura 2h15 y cuesta 10,8€. Durante todo el trayecto nos acompaña un paisaje de bosque, y campos verdes y amarillos, muy relajante.
Tartu fue el sitio donde mas me costó encontrar hospedaje barato. La mejor opción, aparentemente es
Terviseks B&B, pero estaba lleno, así que tras mucho buscar me alojé en el
Tartu Hotel, 48€. Frente a la estación de autobús, ideal para coger el bus a Riga a las 06:20. Habitación doble con baño completo, secador, toallas, wifi, tv y seguramente un buen desayuno.
Raekoja plats ha sido el centro de la ciudad desde el siglo XIII, cuando albergaba el mercado mas grande de la ciudad. Viniendo desde el río el primero edificio que llama la atención es la
Casa Inclinada, un edificio construido durante la década de 1790 con parte de sus cimientos apoyados sobre la antigua muralla y la otra parte sobre unos pilones de madera. Cuando estos se hundieron, la casa se inclinó. Durante la época soviética fue debidamente apuntalada, y hoy en día alberga el
Museo de Arte. La plaza transcurre entre terrazas de restaurantes, bares y cafés, hasta que nos topamos con una estatua de dos
estudiantes besándose rodeados por una pequeña fuente. Aunque es relativamente nueva, 1998, se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. Tras ella está el
Ayuntamiento, un llamativo edificio neoclásico de color rosa. A mano derecha una calle lleva hasta la
Iglesia de San Juan, una iglesia luterana del siglo XIV construida en ladrillo, desde cuya alta torre (acceso 2€) hay vistas panorámicas de la ciudad antigua. Tartu fue sede de la primera
Universidad de Estonia, fundada aquí en 1632, aunque su edificio principal data de 1809, una construcción de estilo clásico en el que destacan seis enormes columnas blancas en la fachada.
Tras los edificios del Ayuntamiento y la Universidad empieza a elevarse la pequeña colina de
Toomemägi, lugar donde se produjeron los primeros asentamientos entre los siglos V y VI. Actualmente, cuidados jardines y cómodos senderos transcurren entre altos arboles, esculturas, fuentes, glorietas y zonas de recreo, que hacen de él el lugar mas agradable de la ciudad. Aquí se encuentran el
Puente del Ángel (1838), el cual hay que atravesar manteniendo la respiración la primera vez que se cruza (no es fácil, es mas largo de lo que parece); y el
Puente del diablo, construido en 1913 para conmemorar los 300 años de la dinastía Romanov. En lo alto de la colina se encuentran las ruinas de una
catedral gótica construida durante la segunda mitad del siglo XIII. Un parte de ella está renovada y alberga el
Museo de Historia de la Universidad. Otra de las agradables zonas verdes de la ciudad son los márgenes ajardinados del río Emajõgi, donde hay senderos ideales para pasear y carriles para bicicletas.
A escasos metros, alrededor del Ayuntamiento, se encuentran la mayoría de bares y restaurantes.
Gunpowder Cellar, 16€, ubicado en un antiguo almacén de pólvora de finales del siglo XVIII, entre el Puente del Ángel y los jardines tras el Ayuntamiento. Carta informal pensada para estudiantes y publico joven. Terraza muy agradable.
Ruuni Pizza, un pequeño local que parece bastante popular. Pizza y cerveza, 7,2€. En la cima de la colina
Toomemägi hay una pequeña glorieta café con una agradable terraza.