Seguimos con el viaje de vuelta a casa. Hoy tomamos otro avión a
Manila, última escala antes de volver a Barcelona mañana. Desayunamos en el
Hotel Bricks, hay para escoger desayuno filipino, continental o americano, con té o café y un zumo. Son algo lentos pero está bueno. Tardamos diez minutos en llegar al
aeropuerto con un triciclo, 150 PHP.
El vuelo con
Philippine Airlines (37€) dura una 1h20 aproximadamente, reparten agua, te, café y unas magdalenas marca Choochoo, que sería de la vida si no fuera por estos momentos... Al salir de la terminal nacional del
aeropuerto Ninoy Aquino de Manila seguimos la señal que envía hacia los taxis regulares. Una carrera con taxímetro hasta el hotel cuesta 230 PHP.
Manila es una ciudad poco atractiva, ruidosa, descuidada, caótica y con un tráfico atroz. En las calles siempre hay atascos y los
jeepneys van siempre llenos, hay pocos espacios abiertos y solo unos pocos edificios interesantes para el turista. A esto último han contribuido sus agitados últimos 150 años de historia. Entre 1863 y 1880 varios terremotos asolaron la ciudad, dañando muchos edificios y dejando miles de víctimas; en 1899 fue bombardeada durante la guerra filipino-americana, solo un año después de la independencia de los españoles; durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por los japoneses, bombardeada indiscriminadamente por los americanos durante su liberación, y saboteada sin piedad durante la retirada nipona. Solo un edificio centenario sobrevivió milagrosamente a toda esta vorágine de destrucción, la Iglesia de San Agustín. El resto de Manila fue arrasada, no quedó piedra sobre piedra, solo Varsovia sufrió más daños durante la Segunda Guerra Mundial.
Hotel City Garden Suites, 3.132PHP, pago con tarjeta. Establecimiento de alto standing, habitación doble con recibidor y sala de televisión, baño privado, aire acondicionado, televisión, armarios, escritorio, mesitas de noche. Desayuno no incluido, pero hay
buffet libre, muy completo y a precio asequible. Situado estratégicamente a cinco minutos del
Parque Rizal.
Salimos a
comer, la mayoría de los locales que rodean el hotel son cadenas de comida rápida, buscamos algo más auténtico para nuestras últimas horas en Filipinas. Decidimos comer en un puesto callejero. En un callejón, una familia regenta una parada donde venden sopas, pescado y carne frita. Arroz con pollo y arroz con pescado, 120 PHP, más 20 PHP una botella de agua. De postre, compramos a un vendedor ambulante
turrón, plátano frito 15 PHP.
El
Parque Rizal es un refugio verde en medio de tanto desorden. Gente corriendo, niños jugando, familias haciendo picnic bajo la sombra de algún árbol, vendedores ambulantes, es un pequeño oasis de tranquilidad frecuentado por lugareños y turistas. Hay un planetario, un anfiteatro, unos jardines chinos y otros japoneses, un lago artificial con un mapa a escala del país en medio, el memorial a Rizal (el Bolivar filipino), un espectacular conjunto escultórico que representa su fusilamiento, y una estatua en honor de Lapulapu (primer héroe indio de las islas por derrotar a Magallanes). El día que lo visitamos se celebra el 148 aniversario del nacimiento de José Rizal, hay actividades culturales y populares para festejarlo, y mucha animación.
Falta una hora para anochecer y no hay quien aguante en la calle, el calor es sofocante, nos vamos a refrescar al hotel. Para cenar buscamos algo ligero, un sitio donde picar algo y acompañarlo de unas cervezas bien frías. Acabamos en
Congo Grille, local moderno adornado con motivos selváticos, que tiene en su carta una selección de aperitivos ideales para combinar con cerveza.
Crispy crunchy kangkong leaves (hojas de
kangkong fritas recubiertas de huevo fresco, harina, sal y pimienta),
chicharrón bulaklak (grasa frita crujiente) y dos Red Horse, 660 PHP.
El avión sale a primera hora de la tarde así que dedicamos la mañana a visitar
Intramuros, el único enclave histórico notable de la ciudad, sus casas de piedra y sus patios cubiertos de hierba,se muestran tal como eran cuando el régimen español llegó a su fin en el siglo XIX. Todo él es una reconstrucción ya que todo el barrio fue reducido a escombros durante la Segunda Guerra Mundial.
Fundado por Legazpi en 1.571, fue diseñado con un trazado cuadriculado rodeado de una amplia muralla y un foso, para defender la ciudad de los ataques piratas. Desde donde nos deja el triciclo (50 PHP), la primera visita es la Iglesia de San Agustín (acceso 200 PHP), de estilo barroco, el único superviviente de la Batalla de Manila al final de la Segunda Guerra Mundial. Pasamos frente a la Casa Manila, donde se recrea la vida de una familia filipina de alto poder adquisitivo durante el siglo XIX; Memorare Manila, un monumento dedicado a las 100.000 víctimas de la Batalla de Manila, en febrero de 1945; y la Catedral, construida en 1958, la octava versión de una primera iglesia levantada en 1581 con hojas de bambú y palma.
Pero la parte más interesante, es Fort Santiago (acceso 75 PHP), bastión del poder colonial español, lugar de encarcelamiento de José Rizal, y centro de torturas durante la ocupación japonesa. Hay una amplia exposición que repasa la vida del libertador filipino, y en el patio unas huellas de bronce, reproducen el camino seguido desde su celda hasta el lugar de ejecución.
Hemos dejado las mochilas en recepción al hacer el
check out, así que una buena opción es comer en el propio
restaurante del hotel
City Garden Suites. Dispone de una carta amplia y variada en la que abundan los platos locales. Nos decantamos por una de las esencias de la cocina filipina,
pata bawang, cerdo frito a alta temperatura con ajo tostado, acompañado de cerveza, por supuesto, 855 PHP.
Nos llaman un taxi para ir hasta el aeropuerto (250 PHP), es la manera más fácil. Tardamos alrededor de 45 minutos, la ciudad es un caos, el trafico es intenso y no hay manera de avanzar.