Sacamos dinero en un cajero automático del
aeropuerto Juan Santamaría (SJO), por si hay peajes para llegar a Alajuela. Un
shuttle bus de
Europcar nos lleva a sus oficinas y parquing de coches, tres minutos. Diez minutos más tarde ya tenemos el coche. A solo cinco minutos se encuentra el centro de
Alajuela, la segunda ciudad más poblada del país. Es una urbe fea sin lugares de interés destacados, que nadie visitaría si no fuera por su proximidad al aeropuerto. En el centro abundan los hoteles y restaurantes, se ve mucho movimiento y vida en plazas y parques, pero no es un lugar agradable para pasear de noche.
Hotel Cortez Azul, 35$. Habitación doble con baño privado. Cama doble, un colchón sobre una simple estructura metálica, que apenas deja una par de palmos libres a cada lado. No hay armario, ni mesa, hay que dejar el equipaje en el suelo. Baño correcto, pero no hay agua caliente. Desayuno incluido: plato de fruta con piña, sandía y plátano, tostadas con mantequilla, café o té. No tiene parquing, pero hay uno 50 metros más arriba, 2.200 colones toda la noche. Vale para una noche, pero seguro que hay opciones mejores.
Tardamos 3h30 en recorrer los 130 km que separan Alajuela del Parque Nacional Manuel Antonio. Toda la carretera es de un solo carril, con más o menos tráfico, pero siempre un solo carril, lo que no quita para que haya algunos tramos de peaje (1.440 colones en total). Hay que tomárselo con calma y disfrutar del paisaje. Tan solo hacemos una parada, en un
puente sobre el río Tárcoles bajo el cual se agrupan cocodrilos de hasta seis metros. Quince vimos nosotros. Turistas y curiosos se agolpan a ambos lados del puente. El coche se puede dejar en el margen de la carretera donde habrá quien lo vigile por la voluntad (500 colones), también hay tenderetes donde venden fruta fresca,
souvenirs, e incluso pollo para lanzar a los reptiles.
Quepos, a 6 km de la entrada, es el pueblo más cercano al PN Manuel Antonio. Es un lugar pequeño con poco turismo, de apenas una veintena de manzanas. Todo él gira alrededor del mercado de alimentación y abastos: la estación de autobús, algunos supermercados y restaurantes, y el paseo marítimo. A diez minutos del centro se encuentra la Marina Pez Vela, una zona de ocio y restauración frente al puerto deportivo. A pesar de todos estos servicios creo que no es buena idea hospedarse aquí, la zona de aparcamiento junto al parque nacional es muy reducida, así que cuanto más cerca de él esté nuestro alojamiento mejor. Es por ello que los hoteles están mayoritariamente distribuidos a lo largo de la carretera que comunica con el parque, mitad en la playa, mitad en la montaña con vistas a la playa. Hay variedad de precios y calidades, aunque son de los más caros del país.
Hotel Verde Mar, 71$ regateando. Tiene una ubicación ideal, entre la carretera y la playa, y a diez minutos andando del parque. Amplia habitación doble con baño privado y cocina, cama cómoda, mesitas de noche, escritorio,
wifi, sin desayuno. Hay piscina, parquing y un acceso directo a la playa. El trato con el personal es excelente. Muy recomendable.
Tras el largo viaje nos bañamos en la
playa. Estamos en el océano Pacífico, poca broma, el mar está muy bravo y hay fuertes corrientes, pero el agua está calentita y agradable. La playa es de gravilla fina y la arena que la cubre negruzca. Para comer nos desplazamos a
Quepos en un taxi colectivo, 500 colones cada uno. El taxista nos recomienda la
Soda Sánchez, frente al mercado. Buena comida con raciones generosas. Casado con carne en salsa, ceviche de pescado, cerveza Imperial y batido de plátano, 8.750 colones. Paseamos un rato por el paseo marítimo y compramos en un supermercado para poder desayunar en la habitación del hotel. De vuelta tomamos un bus en la estación, junto al mercado central, por 310 colones cada uno.
Parque Nacional Manuel Antonio, acceso 16$ (9.280 colones). Fue abierto en 1972 tras comprarlo el gobierno costarricense, presionado por los habitantes de la zona, en contra de la prohibición de sus antiguos dueños de United Fruit Company para el usufructo de las playas. A pesar de ser uno de los parques más pequeños del país, se encuentra entre los más visitados, gracias a su fácil acceso, su diversidad, y la facilidad para ver fauna. Distribuido a lo largo de la costa, lo forman varias ensenadas con playas de arena blanca y arrecifes de coral, rodeadas de selva tropical, densos bosques y manglares. Son playas paradisiacas de aguas cálidas y cristalinas, abiertas al baño la mayoría de ellas. Además posee de media docena de senderos cortos y de poca dificultad, que ofrecen unas vistas impresionantes y permiten un contacto cercano con la fauna.
En la entrada se ofrecen guías por 10$ dos horas, no es mala idea contratarlos, conocen la fauna del lugar y sus costumbres, son buenos ojeadores, y además llevan unos prismáticos de alta precisión con trípode, que permiten ver la caries de un cocodrilo a trescientos metros. Nosotros decidimos ir por nuestra cuenta, más relajados, y aún así vimos de todo: monos araña, monos capuchinos, monos aulladores, perezosos de tres dedos, perezosos de dos dedos, coatíes, pequeñas ranas arbóreas, agutíes (unos roedores sin cola típicos de Centro América), iguanas pequeñas, murciélagos colgando de la hoja de una palmera, mapaches...
Con los capuchinos y mapaches hay que tener mucho cuidado porque tienen fama de robar la comida e ir detrás de las bolsas, nosotros para evitar problemas entramos limpios, con las botellas de agua en la mano y los bocadillos en los bolsillos (hay que llevar de todo porque una vez cruzas la puerta no hay ni comida ni agua), y aunque no vimos ningún intento de hurto, fue bien porque íbamos más ligeros y con la espalda seca, que con la altísima humedad que hay dentro del parque a buen seguro habría estado empapada. A pesar de ser el parque más popular del país, y cruzarnos con gente continuamente, la sensación no es agobiante.
En la playa, 200 mts antes y después del desvío hacia el parque, hay hoteles, restaurantes, supermercados, tiendas de
souvenirs y servicios turísticos como alquiler de tablas de surf, motos acuáticas, o tumbonas de playa... Volvemos al hotel paseando por la orilla. En un chiringuito sobre la arena llamado
Balu paramos a tomar un chocolate caliente y un batido de plátano, 2.800 colones.
A las 17h vienen de
Europcar a cambiarnos el coche, ya que el nuestro tenía rota la palanca de apertura del deposito de gasolina y era imposible repostar. A pesar del inconveniente, el servicio ha sido excelente y se han adaptado en todo momento a nuestros horarios y necesidades.
A las 4h30 ya estamos despiertos, ayer nos fuimos a dormir a eso de las 20h. Desayunamos fruta y tostadas con queso en la habitación del hotel, ventajas de tener cocina con mueble bar. Coincidiendo con el amanecer salimos a pasear por la playa. La marea está baja y la playa ahora es enorme, nos cruzamos con gente que corre o pasea al perro. Hay muchas aves pescando o comiendo restos de comida de los restaurantes, y cangrejos comiendo los cocos rotos caídos de alguna palmera. Cruzamos varios riachuelos pequeños que desembocan en el mar, su agua está fría en contraste con el agua cálida del océano, aunque es mejor no bañarse si hay que seguir el consejo de los carteles que avisan de la presencia de cocodrilos.