
El viaje a
Huacachina dura una hora y 15 minutos, si no hay demasiado follón en Ica. Cuando falta un kilómetro para llegar nos encontramos la carretera cortada, porque están celebrando una prueba preparatoria para el Dakar en la laguna. Tenemos que hacer este tramo caminando.

Quizás lo que más nos sorprendió después de casi dos semanas en el selvático y verde norte, es el paisaje árido y desértico que nos encontramos en el sur. Sin duda, la gota que colma el vaso es Huacachina, un oasis surgido por el afloramiento de aguas subterráneas, rodeado de decenas de kilómetros de arena. Ubicado a 5 km de Ica, durante los años 60 fue un renombrado balneario alentado por los supuestos poderes curativos de sus aguas color esmeralda. Se construyeron casas, hoteles, restaurantes, se plantaron palmeras, eucaliptos y huarangos, y se asfaltaron los 5 km de carretera que le separan de Ica. A pesar de todo, es uno de los lugares más bonitos y llamativos de Perú. Pasear por la vereda que rodea la laguna o subir a una de las dunas a ver atardecer, tiene un encanto especial. Aunque en algunos establecimientos aceptan pagos con tarjeta, no hay cajeros automáticos en la laguna, para conseguir efectivo hay que ir a Ica.
Entre el tráfico de Ica y el Dakar, llegamos un poco tarde para ver el atardecer. Subimos hasta media altura una de las dunas para tener buenas vistas de la laguna, palmeras y hoteles. Cuesta mucho subir, mejor quitarse los zapatos y subir descalzo. Rápidamente te das cuenta que al único oasis de Sudamérica, el turismo que llega es básicamente mochilero, nosotros somos los más viejos con diferencia, aquí la media de edad no supera los 30 años. Las dos actividades más populares son los paseos en buggy por las dunas, el parapente y el sandboarding (esquí sobre arena).